El último abrazo

El día en que mi Padre partió para siempre sentí que mi alma se oscureció, el dolor me quebrantó por primera vez y me dejó cubierto en un manto de tristeza. No es sino hasta ahora que encontré una expresión que refleje lo  que viví y lo que aun viviré en ausencia de mi Padre que para mi fue protector, maestro, amigo y fuente de inspiración.

Muchos estuvieron a mi lado en el dolor, a todos mi gratitud de por vida y sepan que  pude sentir a cada uno, porque fueron sus palabras, presencia y oraciones los que me dieron sorbos de alivio y la fuerza justa para permanecer de pié.

Poco antes de su despedida final, en el día del Padre, lo busqué para darle un abrazo casi por formalidad, pero nadie abrazaba como él y en ese instante el abrazo se volvió un gesto de amor y gratitud mutua. Mi Padre siempre se emocionaba con el abrazo de un hijo y sus ojos se humedecían con esa emoción.

Creo que voy a sentir ese abrazo por siempre, el último abrazo de mi Padre, su piel tibia y un poco envejecida pero ese garbo invariable, firme y solemne aun en la muestra de afecto.

Agradezco desde el fondo de mi corazón, a la vida, a la Divina Madre, por concederme la gracia de haber tenido ese Padre, un hombre cabal, justo y noble que nunca vivió para si mismo y encontró la felicidad en ello. Te honraré Padre haciendo lo que me enseñaste: viviendo con rectitud, cultivando las buenas relaciones y dándome a los demás.

Hasta siempre PAPÁ.