¿Perdón?

¡Dios mío perdóname!. Es una expresión que conocemos mucho y que, dependiendo de mi credo o adherencia religiosa, puede resultarme suficiente para dar por superado un impase de relación, por lo menos en el plano racional. Pero pedir perdón a Dios es solo un ejercicio, una práctica para que algún día el músculo de la humildad se desarrolle y me haga capaz de pedirle perdón a quien realmente lastimé u ofendí. Lograr el perdón de Dios no parece ser una gran hazaña, pero el de un ser mortal como cualquiera, ese perdón es distinto.